Puedes llamarlo “inestabilidad social”, “manifestación” o “tensión entre inmigrantes y el Estado”
Pero los videos no mienten.
Inmigrantes ilegales (muchos ondeando banderas extranjeras) están lanzando piedras a las fuerzas del orden en Los Ángeles. Autos están siendo incendiados. La anarquía está estallando a plena luz del día. ¿Y dónde están los líderes?
El gobernador Gavin Newsom y la alcaldesa Karen Bass están o en silencio… o son cómplices. Porque este es el sistema que ellos ayudaron a construir: fronteras abiertas, políticas débiles contra el crimen, y una negativa absoluta a trazar una línea moral.
Aplaudieron la rebelión cuando les convenía. Ahora no pueden controlarla.
Esto no se trata de libertad. Se trata de privilegios sin responsabilidad. De recibir las bendiciones de los Estados Unidos mientras desprecian sus leyes, su gente y su orden.
Ondeando la bandera mexicana mientras prenden fuego en las calles de Los Ángeles no es un acto de gratitud. Es una declaración de guerra. Huiste de un país fracasado… y ahora estás quemando el que te dio refugio. ¿Que usted cree que pasaría si yo voy a Mexico y le prendo fuego a los carros de la policía y ondeo la bandera de los Estado Unidos?
Esto no ocurrió de la noche a la mañana. Hemos cultivado una cultura donde la rebelión se disfraza de virtud. Hollywood la glorificó. Las universidades la justificaron. Los políticos la premiaron. Y muchos púlpitos se mantuvieron en silencio.
Por años el mensaje ha sido claro: Estados Unidos es el problema. Su historia, sus valores, sus tradiciones… todo debe ser deconstruido. ¿El resultado? Una generación que ya no entiende el peso del honor, el deber o la ciudadanía. Se les ha dicho que son víctimas, no administradores de lo que han recibido.
Y ahora estamos cosechando lo que sembramos.
Romanos 13 es claro: el gobierno existe para castigar el mal y premiar el bien. Pero ¿qué pasa cuando el gobierno celebra el mal y castiga el bien? Cuando la ley es pisoteada por los sentimientos, el resultado es exactamente lo que estamos viendo: una nación en crisis.
Fuimos advertidos
Esta no es la primera vez que una sociedad colapsa por decadencia moral y cobardía política. Isaías 5:20 nos advierte: “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo!”. No es solo una frase poética; es un diagnóstico espiritual.
Cuando la actividad ilegal se convierte en “libertad de expresión” protegida, y la identidad nacional se convierte en objeto de burla, la puerta queda abierta de par en par para que la anarquía entre… y ya entró.
Esto no es solo un tema político es un asunto espiritual. Estamos viendo las consecuencias de rechazar el orden de Dios. La rebelión no es simplemente un problema de políticas públicas. Es un problema de pecado y del corazón.
¿Dónde están los hombres?
¿Dónde están los padres, los pastores, los protectores que digan: “¡Basta ya!”?
Tenemos iglesias más preocupadas por sesiones de fotos de reconciliación racial que por predicar arrepentimiento. Hombres que prefieren tuitear antes que pararse firmes. Padres que entregan a sus hijos a la cultura por miedo a ser llamados “intolerantes”.
Las calles de Los Ángeles no arden solo con fuego literal. Arden con décadas de cobardía.
El llamado es para nosotros
Este momento demanda más que comentarios. Demanda valentía. El tipo de valentía que dice:
No vamos a pedir perdón por decir la verdad.
No vamos a entregar a nuestros hijos al caos.
No vamos a quedarnos callados mientras se derrumban los cimientos.
Nehemías no solo oró. También tomó una espada y reconstruyó el muro. Nosotros debemos estar dispuestos a hacer ambas cosas: orar por un avivamiento y luchar por el orden.
Y no nos engañemos pensando que esto termina en Los Ángeles. Cuando se acaricia el pecado, se multiplica. Cuando se premia la rebelión, se propaga. Si no volvemos a la verdad, al orden y al estándar de justicia de Dios, el caos de LA se convertirá en la norma en todo el país.
Este no es tiempo de retroceder. Es tiempo de levantarnos.
Que la Iglesia sea la Iglesia. Que los padres lideren. Que los cristianos hablen con claridad. Que la justicia corra como el agua… pero que sea la justicia de Dios, no la locura del hombre.
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